VILLA
JOYOSA
Fantasmas del Pasado
Por
Fernando Jorge Soto Roland*
A la vera del camino, solitaria, destartalada y en ruinas, muy cerca del
Parque Camet de Mar del Plata y a metros de la costa del Atlántico, se yerguen
las estructuras residuales de una antigua mansión de estilo neocolonial
conocida, durante los primeros años de la década de 1980, con el nombre de Villa
Joyosa.
Según consta en el registro marplatense del patrimonio histórico[1],
la villa fue construida aproximadamente en 1916, estando el proyecto a cargo de
los señores Roberto Soto Acebal, Fontana y Cremonte. No he podido recabar hasta
la fecha más información sobre sus propietarios o sobre la temprana historia de
la casona. Todo lo que a continuación expondré se basa en testimonios orales y
datos obtenidos en los medios de comunicación de la época e Internet. Es por lo
tanto ésta una primera aproximación —tímida e incompleta— de su historia.
UNA
BREVÍSIMA APROXIMACIÓN
La historia de la Villa Joyosa está inmersa en el
misterio; atravesada por el lujo primigenio, el dolor, las torturas y muchas
páginas en blanco difíciles de completar. Sus muros, salones y patios
interiores, así como su imponente torre, vieron pasar a miembros de la
aristocracia de principios del siglo XX, conservadores que, seguramente,
trataron de adaptarse al régimen radical presidido por Hipólito Yrigoyen,
inaugurado el mismo año en que la villa abrió sus puertas. Con el tiempo, otros
visitantes, otros propietarios, recorrieron sus estancias, esta vez con
intensiones muy distintas, aunque con un desprecio a la democracia bastante
parecido.
En la década de 1970, la represión ejercida por los
militares golpista convirtió a la villa en una centro de detención clandestino
que llegó a tener una nefasta fama internacional —aunque breve— en la historia
de la violación de los Derechos Humanos en Argentina. Algunos años después (a
mediados de los ’80), como deseando tapar toda esa inmundicia, la Villa
Joyosa se transformó en un “boliche”
bailable. La música “disco” y algunas
parejas enamoradizas colmaron sus ambientes; y no fueron muchos los que, desde
Mar del Plata, encaminaron sus autos hacia el edificio. Y digo bien: “no fueron muchos”, porque la empresa no
funcionó tal como se esperaba. El destino económico de la villa no prosperó y
en poco tiempo cerró sus puertas. De poco valieron los exorcismos que los
concesionarios del local contrataron para “echar
la mala onda” que decían se respiraba en el lugar. Y así, mal ubicada para
un negocio bailable, en una zona con ventiscas marinas que, aún en verano,
suelen ser heladas, la Villa Joyosa fue gradualmente abandonada. Todavía
recuerdo cómo se degradaba de a poco. Constituía un mojón imposible de obviar
en mis frecuentes viajes a Villa Gesell. No podía dejar de observarla cada vez
que pasaba por el frente. Veía cómo los graffiti la iban colonizando, y sus
paredes perdían el brillo que los empresarios de la noche le habían dado, por
un lapso muy corto. Era como si las sombras de su triste historia la hubieran
condenado a ser una ruina. Una inmoral tapera, apartada; alejada del destino de
grandeza y opulencia que sus arquitectos habían imaginado para ella.
Con el tiempo, la tradición oral marplatense pobló al
edificio con relatos tenebrosos, sobrenaturales, y los siempre presentes
fantasmas del imaginario empezaron a circular por sus deterioradas
dependencias… hasta hoy.
EL PATRIMONIO INTANGIBLE
Cualquier acercamiento a
una Historia de los Fantasmas, y particularmente a la de la moderna
leyenda urbana marplatense, implica revelar —y relevar— historias
paralelas de crímenes, muertes violentas, suicidios y pesares, reales o
imaginarios. Son ellas las que enmarcan la creencia en un flujo de “larga
duración” determinado históricamente y exacerbado principalmente en épocas de
crisis, cambios e incertidumbre. Como hemos dicho en otra oportunidad, es
factible encontrar un nexo bastante sólido entre el aumento del sentimiento de
individualismo y la difusión de las historias de fantasmas.[2] El
temor, alimentado por la incredulidad respecto del destino de la supervivencia
post-mortem, como así también la negación de la disolución del “yo”, encuentran
en los relatos de fantasmas una válvula de descompresión, de escape, a la
inseguridad de la existencia individual después de la muerte. Por otro lado, la
gradual pérdida de los lazos de solidaridad comunitaria y el incremento del
sentimiento de soledad, amplificaron la creencia en fantasmas; seres aislados,
errantes, solitarios, en un espacio imaginario informe, de sombras no
definidas, bien propias en una sociedad cada vez más escéptica, insegura y
falsamente solidaria.
Como todas las ciudades
del mundo, Mar del Plata no escapa a la fatalidad de tener sus propios
espectros e historias populares de aparecidos; almas en pena que se mezclan con
las decenas de miles de turistas que visitan la ciudad. Son ellas las que
ocultan muchas miserias, en silencio, resguardándolas de los ojos ajenos y,
como una mujer en decadencia que soslaya su decrepitud con maquillaje, sólo
indirectamente revelan —en cuentos, rumores e historias de fogón— los temores y
el malestar de una sociedad transida por los problemas.
Personajes omnipresentes
en el folclore de todos los pueblos, los fantasmas son una parte indispensable
del patrimonio intangible de las grandes urbes, pequeños asentamientos e
incluso del campo. Centenares de miles de historias giran en torno de ellos y
decenas de programas de televisión, revistas “especializadas” y
artículos en Internet, los tienen como principales protagonistas; sin hablar de
la moderna leyenda urbana o de los libros de demonología que circulan desde
hace siglos.
Fogones de todo tipo los
convocan noche tras noche y sus etéreas figuras tienen una presencia más firme
y duradera que muchos personajes históricos de carne y hueso. Allí están aparentemente
desde siempre; asustándonos, amenazando nuestros marcos de referencias,
esperanzándonos respecto de una vida más allá de la muerte, denunciando
nuestros temores ancestrales, grandezas y miserias; y recreando, de un modo por
cierto duradero, la oscilante visión maniquea de la existencia, que enfrenta al
cuerpo con el alma, lo bueno con lo malo, la inmanencia con la trascendencia o
el castigo con el premio.
Sus historias son
variaciones sobre una serie acotada de temas y —tal como lo señalé en un libro
anterior, Visitantes de la Noche— recrean el imaginario y los temores de
una época de un modo interesante. Con los fantasmas y su historia podemos
vislumbrar mucho más que la maestría de un buen relato de horror o la capacidad
morbosa que todos tenemos para asustar y ser asustados. En el fondo de toda
narración fantasmal hay siempre un legado moral que vibra en consonancia con la
época en la que circula. En cierto modo, suelen ser fábulas modernas que hablan
de temas universales, arquetípicos (la muerte, el amor, la venganza, el miedo,
la justicia, etc.); de ahí su larga permanencia a lo largo del devenir de nuestra
especie.
ESCENARIOS
Nadie hizo nada. Nadie
pudo hacer nada. Comúnmente se dice que “el
pasado no tiene precio”, pero también es cierto que hay que invertir en él
para conservarlo. Porque en un país transido por la crisis económica durante
décadas; que además soportó el vendaval anticultural del neoliberalismo menemista
en los años noventa, no resulta extraño que los escasos fondos disponibles
hayan sido derivados hacia cuestiones más urgentes o a los bolsillos de los
descarados políticos de turno. Así, pues, gradualmente, la geografía
emocional de la ciudad fue desapareciendo y los mojones materiales,
en los que suele
afirmarse el pasado, se desvanecieron. Barrios, avenidas y plazas, incluso la
mismísima zona costera, cambiaron de apariencia y cientos historias locales se
perdieron con ellas. A tal punto es así que “leyendas” como la del
Torreón del Monje carecen de la fuerza que tienen en otros lugares
construcciones semejantes; y a mi entender se debe a una razón simple: es una leyenda
forzada, un injerto artificial inventado en un escritorio por el
concesionario del edificio. Una historia concebida para dotar de falso
romanticismo a un predio que nada tiene de medieval, como es de prever; y cuya
tradición poco efectiva a nadie convence.
El paisaje marplatense de
hoy tiene que fabricar sus propios fantasmas.
Depredado como fue, debe
elaborar —y tratar de conservar, en la medida de lo posible— historias nuevas
construidas colectivamente. Pero eso demanda tiempo, y las largas duraciones
—tan propias en las historias de espectros— tienen que germinar en espacios
“sin prosapia” o construcciones modernas que carecen del aire victoriano
que culturalmente hemos incorporado como propicio para que ese tipo de relatos
pasen a ser parte del acervo intangible de un pueblo.
¿Dónde se esconden hoy
los fantasmas de Mar del Plata? ¿Qué han tenido que hacer para mantenerse vivos
frente a la devastación de sus espacios “naturales”?
La Respuesta es simple:
adaptarse.
Ése es el secreto: la
adaptación a escenarios nuevos que no exhiben ya telarañas, terrazas almenadas
o chirriantes puertas de roble, finamente talladas. Por el contrario, la nueva
infraestructura urbana, con sus edificios de departamentos monocordes y
anónimos, suelen ser depositarios de historias espeluznantes. También espacios
públicos, como las canchas de fútbol, tan alejadas del estereotipo literario de
sitios embrujados; playas; reparticiones gubernamentales e incluso teatros
tradicionales de la ciudad guardan historias desconocidas por muchos y que
circulan en voz baja, negándoles importancia. Sólo de tanto en tanto emergen.
Fascinando. Generando un morboso entusiasmo por saber más, por conocer a su
protagonistas, por internarse en esos recovecos oscuros esperando toparse con
una figura etérea que nos haga replantear nuestra actual visión de la realidad.
LA VILLA DEL MIEDO
Como en todas partes, las
leyendas de fantasmas florecen con las situaciones traumáticas, y la costa sur
de la Provincia de Buenos Aires no está exenta de ellas.
En su libro, Carlos Bozzi
brinda una exhaustiva lista de ellos, consignando como tal al «Inmueble ubicado al ingreso del
Parque Camet, utilizado por el Ejército, Mar del Plata: Villa Joyosa (…)».[3]
Y algo más adelante
amplía:
«Villa Joyosa cobró notoriedad pública a principios del año 1984, cuando
el ex cabo de la Marina, Raúl David Villariño, comenzó a denunciar los
asesinatos cometidos por esa fuerza. Entre varias notas publicadas en la
revista La Semana, una fue dedicada a este sitio, donde el arrepentido dice
haber visto con vida a la joven sueca Dagmar Ingrid Hagelin (…)».[4]
La historia de esta
adolescente, desaparecida el 27 de enero de 1977 en el Palomar, provincia de
Buenos Aires, secuestrada por un grupo de tareas al mando del ex capitán de la
Marina, Alfredo Astiz (el Ángel de la
Muerte), se convirtió en uno de los casos más conocidos del momento. La
búsqueda, iniciada por el padre de la joven, generó la reacción del gobierno
sueco (que casi llegó a romper relaciones diplomáticas con Argentina) y el
pedido de aparición con vida tanto del presidente James Carter (EE.UU.) como
del Papa Juan Pablo II.
De nada sirvieron. Dagmar
Hagelin nunca apareció, pero los testimonios de ex detenidos liberados
brindaron algunas pistas sobre su paradero posterior al secuestro.
Con estos datos en su
poder, el señor Dagmar viajó a Mar del Plata el 14 de enero y encontró el sitio
descripto por Villariño. Estaba frente al mar. Ya no funcionaba como centro de
recuperación militar, sino que era una confitería llamada Villa Joyosa.[6]
Diez días más tarde
(24/1/84) con todos estos elementos en su poder, el juez Chichizola dispuso el
allanamiento a la casona de Camet. En el procedimiento se encontró, en la
corteza de un árbol ubicado en los fondos de la propiedad, las iniciales «D.H» grabadas en un tronco. De inmediato
se pensó que podían llegar a ser una señal desesperada de Dagmar Hagelin para
demostrar su paso por ese lugar. Pero las pericias de la justicia no pudieron
establecer definiciones concretas y todo quedó como el probable resultado de
una casualidad.
Pero lo que no es casual,
sino una constante en todas partes, es la posterior relación que sitios con historias
como las de Villa Joyosa guardan con leyendas urbanas de corte
sobrenatural.
SOMBRAS
En 1997, por intermedio
de una ex alumna, y mientras recababa información para un libro sobre la
creencia en fantasmas, tuve la oportunidad de acceder al testimonio oral que le
brindara el empresario que regenteaba Villa Joyosa durante sus días de
confitería bailable. Lamentablemente la cinta que contenía su relato en primera
persona se extravió, razón por lo cual no puedo transcribirlo textualmente. De
todos modos, recuerdo muy bien los conceptos que vertió oportunamente.
A fin de exorcizar todos
esos rumores y tener éxito en su emprendimiento empresarial, los inquilinos a
cargo de la Villa llamaron a un curandero para que «limpiara» el sitio de «malas
influencias».
De nada sirvió.
Villa Joyosa sobrevivió a
duras penas unas pocas temporadas. Cerró sus puerta y cayó en un abandono
sofocante hasta convertirse en la ruina que es hoy.
LAS RUINAS
El perfil melancólico de
las ruinas se recortaba sobre un cielo encapotado y gris, y los ojos huecos de
sus ventanas parecían vernos con resquemor, atemorizados tal vez por los
secretos que podríamos arrancarles y que, a la postre, no conseguimos.
Una sensación de opresión
nos ganó a todos, y entre tanto abandono y tanto olvido, el poder de los yuyos,
de la humedad y la salinidad del mar cercano van devorándose la casona que, ya
sin resistencia, se deja llevar hacia la desolación, devorada por el silencio sepulcral
de cada tarde.
Cual un cadáver
insepulto, la Villa Joyosa no ha podido impedir las destructivas dentelladas
del tiempo que, como una hiena impiadosa y hambrienta, desmiembra de a poco su
primigenia fisonomía. Pero son también los saqueadores los que contribuyen con
su agonía. Acentuándola. Atormentando los contornos del edificio. Despojándolo
de la madera utilizable, de las chapas, puertas, grifería, plomo y azulejos. Ya
poco queda en su lugar original. La villa es un cuerpo descarnado y su alma, si
es que alguna vez la tuvo, se perdió durante la dictadura militar entre los
gritos y el dolor de los torturados allí.
A solas, esperando la
piqueta que en cualquier momento llegará, la casona neo-colonial espera
terminar sus días en la mera memoria de algunos pocos. Sólo en ese recuerdo
realizará su definitivo viaje hacia el olvido que, como la noche, todo lo
borra.
La muerte rondó por la
villa y todavía sigue rondándola en el recuerdo traumatizado de algunos
sobrevivientes; en las leyendas urbanas que nos siguen hablando de fantasmas
que regresan del Más Allá como queriendo denunciar las inhumanidades que
debieron sufrir en vida. Por todo esto, Villa Joyosa debería ser un
sitio donde reeditar la memoria.
Su torre de aspecto
medieval es lo último que vemos al alejarnos con el auto. Se yergue hacia el
cielo como un dedo helado y muerto.
Un dedo intimidante,
desesperanzado y solitario.
FJSR
Agosto 2011
* Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la
Universidad Nacional de Mar del Plata.
[1] Véase en Web < www.patrimoniomdp.com.ar>
[2] Soto Roland, Fernando Jorge, Visitantes de la Noche.
Aproximación a la creencia en fantasmas en el imaginario de la Cultura Occidental ,
Editorial Martín, Mar del Plata, Argentina, 1997. Véase en Internet www.la-lectura.com
[3] Bozzi, Carlos, Luna Roja, Desaparecidos de las Playas
Marplatenses, Ediciones Suárez, Mar del Plata, 2007, pág.33.
[4] Ibídem, pág.34.
[5] Véase en Web <
htpp://www.desaparecidos.org/arg/víctimas/h/hagelin/Dagmar.html>
[6] Véase en Web <
htpp://www.derechos.org/nizkor/arg/doc/hagelin.html>
[7] Es interesante advertir que historias semejantes circulan en el
Estadio Mundialista de Mar del Plata, construido por la dictadura en 1978; y
del que siempre se dijo que guarda en sus cimientos los cuerpos de un número no
determinado de desaparecidos. También en el Parque Acuático de la ciudad
(Aquarium) se habla de fantasmas. Dicen que un hombre joven se «aparece» para
luego desaparecer sin dejar rastros. Estos hechos /dichos han motivado (según
circula oralmente) la renuncia de varios empleados de limpieza. Se especula que
la aparición está relacionada a las actividades que se practicaban en el predio
de Aquarium durante la dictadura de los ’70, y que fuera un lugar de
detenciones ilegales, tortura y desaparición de personas.
EN QUE LUGAR ALTURA DE LA RUTA SE ENCONTRAVA ESTE PALACIO VILLA JOYOSA
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